viernes, 30 de noviembre de 2012

Cómo no animar a la lectura a tu hijo de primaria.

Tu hijo no coge un libro ni por casualidad y los libros que le recomiendas con todo tu amor se quedan en un rincón de su habitación. Seguro que lo has intentado todo: te has sentado cada día en el sofá con un libro aunque leer no te apasiona, le has ofrecido algo de dinero si termina esa novela que arrastra desde el verano, intentas fomentarle su interés por la lengua haciéndole buscar palabras en el diccionario, pero no hay manera. ¿Has pensado que quizás ese no es el mejor camino a seguir para potenciar el hábito lector en tu hijo de primaria?

En el artículo "Cómo animar a la lectura a tu hijo de primaria", traté de exponer actividades y actitudes experimentadas que pueden ayudarte en la difícil empresa de animar a leer a un niño a quien no le gusta mucho leer. Pero si queremos que estas actividades sean realmente efectivas, es necesario también tener en cuenta algunas actuaciones de los adultos que pueden restar o incluso anular su eficacia. Parecen consejos obvios, pero no lo son, ya que es muy frecuente que los padres, con la mejor intención, intentemos convencer a nuestros hijos por encima de todo, les queramos obligar a leer o pongamos toda nuestra emotividad negativa cuando no hacen lo que creemos que es lo mejor, sin darnos cuenta que estas conductas sólo consiguen lo contrario de lo que prentendemos.
Para empezar, los hijos son muy malos compradores de las ideas que los padres no viven con sinceridad y naturalidad, porque pìensan que los estamos intentando manipular y su identidad e independencia se sienten atacadas. Si en nuestro hogar hay poco ambiente lector, es difícil, de la noche a la mañana, crear un entorno que irradie pasión auténtica por la lectura. Posiblemente nuestro intento resultará forzado, artificial y poco convincente, como le pasó a Montse, una madre que, al día siguiente de asistir en la escuela a una reunión en la que le hablaron de la necesidad de un tener un ambiente familiar favorecedor para que los niños leyeran más, llenó la casa de carteles publicitarios, compró libros, empezó a leer todos los días como una obligación y a explicar a su hijo lo bueno, bonito y divertido que era leer. A los tres días, su hijo se la quedó mirando y le dijo: "Mamá, ¿qué te pasa estos días?". Montse se quedó sin saber qué decir y llamó por teléfono al tutor diciendo: "Mi hijo me ha pillado".
"El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo "amar"..., el verbo "soñar"... Claro que siempre se puede intentar. Adelante: "¡Ámame!" "¡Sueña!" ¡"Lee!" ¡Lee!" "¡Pero lee de una vez, te ordeno que leas, caramba!" ¡Sube a tu cuarto y lee! ¿Resultado? Ninguno. Se ha dormido sobre el libro...."
Así empieza el ensayo de Pennac Como una novela para poner de manifiesto que obligar a leer no suele llevar a ningún resultado positivo. Todos los que hemos estado ante un libro alguna vez sabemos que si no nos gusta o no nos "engancha", este libro no se termina, aunque nos obliguen. Los profesores pueden obligar porque tienen la amenaza de la nota, pero los padres no tenemos ese arma y hemos de buscar otras maneras menos represivas y más positivas, aunque nos lleven más tiempo tanto en esfuerzo como en obtención de resultados.
No sé por qué, muchas veces pensamos que el dinero puede mover la voluntad de un niño de primaria que tiene entre 6 y 12 años. A estas edades todas las necesidades las tienen cubiertas: tienen comida, ropa, juguetes, chucherías, amigos, asisten a fiestas de cumpleaños con su regalo en la mano, van al cine, al parque de atracciones... ¿Crees de verdad que un billete de X pesetas le va a recompensar de pasar un rato de tortura ante un libro?
Haz un esfuerzo. Piensa por un momento que todas tus necesidades están cubiertas para siempre: las alimentarias, de vestido, de ocio, de seguridad, etc., ¡todas! ¿Realizarías cada día ese trabajo que odias por un dinero que no te iba a aportar nada? Yo, sinceramente, creo que no haría el esfuerzo. Hace muchos años conocí dos primos de unos 11 años. El uno había aprendido a leer con su madre desde muy pequeñito y era un gran lector. Sus padres le castigaban a no leer cuando hacía alguna fechoría, porque su gran diversión era disfrutar de la lectura. Su primo, en cambio, no tenía esta capacidad de disfrute y su madre trataba de motivarlo ofreciéndole 1000 pesetas por cada libro que leyera, pero nunca tuvo la oportunidad de darle ni un solo billete porque no le compensaba.
Frecuentemente, los padres somos impacientes y queremos resultados inmediatos. En muchas ocasiones, cuando el profesor de nuestro hijo nos dice que no alcanza los niveles mínimos de lectura y necesita leer en casa, imaginamos que nosotros eso lo arreglamos en un momento. Olvidamos que la lectura es lenguaje, comunicación, y que como tal necesita un proceso natural que es necesario respetar. Si un niño tarda en hablar con cierta claridad entre 3 y 5 años, ¿Por qué hemos de pensar que el lenguaje escrito lo ha de aprender en 3 semanas? Si partimos de esta filosofía nos cansaremos muy pronto de hacer actividades positivas con el niño, y diremos que no vale la pena hacer nada porque no se obtienen resultados. Terminaremos con la expresión: "cada uno es como es y a mi hijo está visto que ni le gusta la lectura ni le gustará nunca. No vale la pena hacer nada". Tirar la toalla así es la manera más segura de que el niño, además de no llegar a disfrutar leyendo, no tenga éxito escolar y lo pase mal en el colegio.
Igualmente, intenta no poner emotividad ante los desplantes y desprecios, aunque sea lo natural y lo que nos sale de dentro. Tal vez es lo más difícil de todo porque, si yo le recomiendo un libro a un vecino lo hago con frialdad. Si lo lee, me alegro por él. Y si no, pues él se lo pierde, pero en ningún momento me entra mal de estómago o resquemor interior porque no me haga caso. En cambio, si la recomendación es para mi hijo o para mi hija, mi respuesta emocional es muy diferente. Ver el libro que yo leí cuando tenía 8, 9 o 10 años, tan divertido e interesante, olvidado y cubierto de polvo -como el arpa de Bécquer- en un rincón de la casa durante días, incluso semanas, es algo difícil de digerir sin "decir dos cosas bien dichas".
Cuesta mucho aceptar la derrota, pero no hay más remedio que perder alguna(s) batalla(s) si queremos ganar la guerra final. No lo tomes como una desobediencia o como un desprecio. Recoge el libro con discreción y piensa que aún no está preparado para leerlo sólo como un adulto. Sigue haciendo actividades de animación a la lectura y lo intentas unos meses más tarde.
Por último, no trates la lectura como una asignatura escolar. La lectura es lenguaje. El día que enseñemos a leer como enseñamos a hablar, aumentarán enormemente las ganas de leer de nuestros hijos e hijas. Cuando tu hijo no sepa leer una palabra, no le exijas el esfuerzo de analizarla, dísela con naturalidad y que siga leyendo. Mucho menos le reproches: "¿Cómo no sabes leer esa palabra tan fácil? Si ayer la sabías..." Estas frases son descorazonadoras, especialmente si se repiten con frecuencia, ya que piensa: "A mí esto no se me da bien. Yo no valgo para esto. ¡Qué suerte tiene tal niño que lee tan bien y sólo recibe elogios!" E inconscientemente, como haríamos todos, el niño elude leer y tú quieres lo contrario, ¿verdad?


Pablo Pascual Sorribas
Maestro, licenciado en Historia y logopeda.